jueves, 4 de febrero de 2010

"Desde el Andén de enfrente"




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"Desde el andén de enfrente"
*Por Eduardo V. lococo
Lo vi “desde el andén de enfrente”, con su mirada perdida, la espalda encorvada con andar lento, como si sus pies estuvieran engrillados, los arrastraba muy despacio, como símbolo del transcurrir de su tiempo.

En sus manos llevaba un viejo derruido bolso negro. Nada era armónico en sus movimientos, traté de imaginarme un pasado vital, parecía surgido de un alberge de solitarios.

Ya entrada la noche, lo percibí frente a mí, allí en la estación de “Los Polvorines”, en esa larga, tediosa, lluviosa y gélida noche, esperando el colectivo 440, ramal Grand Bourg.
Aún lo recuerdo en ese mismo instante, la lluvia era persistente cuando se acercó, desde su desánimo me miraba con avidez. De pronto, entre casi guturales sonidos y gesticulaciones, me dio a entender que quería zapatos… mis zapatos.

Llegó el colectivo…la noche estaba solitaria, parecía querer ensañarse con nosotros, deje subir primero a la señora, gorda, muy gorda, extremadamente gorda, mucho le costó alcanzar el estribo del desbaratado colectivo, subí, tomé el tercer asiento con la esperanza que el sordomudo no me siguiera acosando.

No era mi noche de suerte, ya que precisamente se sentó a mi lado. Comenzó a hablarme, mi curiosidad pudo más y pregunté sobre su vida, al llegar a la esquina de mi casa, mi intriga había crecido y decidí seguir.

Bajamos… La calle erade una enigmática quietud, barrosa y solitaria, por suerte la lluvia se había apiadado de nosotros, mientras el discordioso ladrido de aquel perro, alertaba a la cuadra que estábamos llegando, una tenue y empobrecida luz en complicidad con el viento, hacia jugar cual fantasmas las ramas de unos pocos árboles.

Nos detuvimos junto a un desvencijado alambrado, con su puerta cancel semidestruida detrás un pequeño espacio de tierra que otrora fuera jardín, a la derecha un viejo Paraíso ahuecado por el tiempo mostraba sus largos y desnudos dedos, en ese marco se encuadraba una pequeña construcción de techo bajo de chapa oxidada, totalmente a oscuras, la puerta no tenia llave,… solo la empujó… Tuve miedo, ¿con quien estaba?... ¿que hacia yo a esas horas de la noche, en ése lúgubre y abandonado lugar?...

Pensé que solo la curiosidad me había llevado, después me di cuenta que la figura de ese hombre abrumado me inspiraba ternura, protección y a la vez miedo, ya una vez adentro, un pestilente y nauseabundo olor invadió mis fosas nasales, de pronto me pareció oír un alarido… era la respiración casi entrecortada por el silencio, un gato que contribuía al mal olor, se movía felínamente entre suaves maullidos en la oscuridad.
Esteban, así se llamaba, encendió una vela, sobre la mesa aún estaban, supongo desde la mañana, dos tazas sucias, algunos platos y trozos de pan desmenuzados, todo junto a una olla quemada por la acción del fuego de leña, ya que tampoco tenían gas.

Esteban se dirigió a un viejo y semidestruido “trinchante” de donde sacó una bolsa de plástico que protegía lo que parecía su más preciado tesoro (su identidad, su pasado) aquel viejo albún de fotografías que siempre nos hace recordar que existimos, con su dedo índice y ennegrecida uña, señalaba su pasado con orgullo, a tal punto que vi resplandecer su pálido y aquietado rostro.

Comencé a sentir frió, y le prometí volver… Al salir otra vez los perros me mostraron su hostilidad, apure el paso, al legar al El Callao, solo me quedaban diez pesos, decidi tomar un remis, pero estaba cansado y agobiado ante tanta iniquidad humana.

Esa noche no podía dormir, la imagen de Esteban y su mamá que no había despertado, me atormentaban, los dibujaba en mis visiones, esperando el oscuro, cetrino y tenebroso mañana que será igual que todos los demás.

“Desde el anden de enfrente” sobrevino aquel instante, rápido, fugaz e imprevisto… El tiempo transcurrió, fue hace mucho tiempo, nada había cambiado y allí estaba Esteban, como el saber del dolor, del abandono, lo antagónico a la vida misma…

“Desde el anden de enfrente” percibí con pánico lo apocalíptico de la pobreza.
La sirena del tren cortó mi ilusión, y allí en el andén de enfrente quedó la imagen de Esteban, con sus pies engrillados al determinismo, quise vislumbrar algo distinto, desde mi credulidad y candorosa agudeza…

Ya en el asiento contrario, lo vi por última vez … el tren partió, “desde el andén de enfrente” dejando atrás, a Esteban y mis recuerdos.
* Periodista y escritor